De santos y de la santidad

Bernanos, GeorgesO'Connor, Flannery

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“[Al pensar en los santos] no pensemos sólo en los beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (Concilio Vaticano II, Lumen Gentium 9)”, así lo leemos en el fragmento de la Exhortación apostólica [Gaudete et exultate] Alegraos y regocijaos del Papa Francisco (Pascua de 2018) que introduce esta publicación y nos ofrece un contexto adecuado para el texto de Georges Bernanos y el de Flannery O´Connor, ambos sobre la santidad.

El texto Nuestros amigos los santos, el primero de los dos, fue tomado de una conferencia que Georges Bernanos ofreció a las Hermanitas del Padre Foucauld el 4 de abril de 1947 y publicada por Albert Béguin en 1953 en el volumen La libertad, ¿para qué?

“Los santos tienen el genio del amor. ¡Oh! Notad que no sucede que este genio como con el genio del artista, por ejemplo, que es el privilegio de un pequeño número. Sería más exacto decir que el santo es el hombre que sabe encontrar dentro de sí, hacer brotar de las profundidades de su ser, el agua de que Cristo le hablaba a la samaritana: «Los que beban de ella no tendrán sed…». La profunda cisterna abierta bajo el cielo está ahí en cada uno de nosotros. Sin duda la superficie está llena de suciedad, de ramas partidas, de hojas muertas, y de ella sube a veces un olor a muerte. Sobre ella brilla una especie de luz dura y fría, que es la inteligencia razonante. Pero por debajo de esta capa malsana ¡el agua es de repente tan limpia y tan pura! Todavía un poco más hondo, el agua se vuelve a encontrar en su elemento natal, infinitamente más puro que el agua más pura, en esa luz increada que baña la creación entera – «en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres» – in ipso vita ert et vita erat lux hominum” (p. 19).

El segundo texto se titula “Introducción a Memoria de Mary Ann”, en el que Flannery O´Connor narra su primer contacto con la historia de la vida de una niña enferma de cáncer, Mary Ann, y con las monjas dominicas del Hogar del Perpetuo Socorro de Atlanta que la cuidaron, así como su reacción ante el inesperado encargo de escribir el relato sobre la niña, podemos leer también algunas reflexiones de la autora sobre el sufrimiento, la fe, la sensibilidad ante una enfermedad grave y la santidad como, por ejemplo, esta:

“Su trabajo [el de las monjas del Hogar] es el árbol que nació del pequeño acto de cristiandad de Hawthorne y del que Mary Ann es su flor. A causa del miedo, la búsqueda y la caridad que marcó la vida de Hawthorne, y que influyó en su hija, Mary Ann heredó, un siglo después, la riqueza de la sabiduría católica que le enseñó qué hacer de su muerte. Hawthorne dio lo que él mismo no tenía. A esta acción por la que la caridad crece visiblemente entre nosotros, entrelazando a los vivos y a los muertos, la Iglesia la llama la comunión de los santos. Es una comunión creada sobre la imperfección humana, sobre lo que hacemos de nuestra condición grotesca. De la suya Mary Ann hizo lo que, como todas las cosas buenas, hubiera pasado inadvertido si no hubiera sido por las Hermanas y por otras muchas personas interesadas en escribir su historia. […] Creo que esta historia hará ver al lector las líneas que unen las vidas más distintas y que nos unen a Cristo” (p. 31).

 

Nº de páginas: 31 | Medidas: 148 x 210 cm | Lengua: castellano
Encuadernación: grapado-alambre | Peso: 60 gr | ISBN13: 978-84-947339-8-7
Traducción: Mercedes Gómez Laguna. María José Ramos Calero
Año de publicación: 2018

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