Al igual que en Elogio de la noche y el sueño, esta “perla” recoge dos fragmentos de las obras El pórtico del misterio de la segunda virtud y El misterio de los santos inocentes, de Charles Péguy, aunque, en esta ocasión, son textos sobre el escándalo de la misericordia divina.
El primero, “Tres tesoros del Evangelio”, comenta las parábolas de la misericordia del Evangelio de San Lucas: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo, que son el corazón del Evangelio.
El segundo, “Asalto a Dios y a sus tesoros”, es un texto sobre la oración como asalto a Dios. “Es preciso poder representarse la debilidad de Dios ante nuestra plegaria como lo hace Péguy —a la luz de la parábola del Hijo Pródigo— para poder atacarle con la oración. Pero no con nuestra oración, tan pobre, tan incapaz de adentrarse en el Mar Misterioso, sino acompañada por la inmensidad de oraciones que brota de la comunión de los santos, inaugurada, presidida, capitaneada, por Jesús y por María” (p. 3).
A continuación, ofrecemos dos breves fragmentos de ambos textos.
“Hay dos formaciones, hay dos extracciones, hay dos razas de santos en el cielo.
Los santos de Dios salen de dos escuelas.
De la escuela del justo y de la escuela del pecador.
De la vacilante escuela del pecado.
Felizmente que es siempre Dios el maestro de la escuela.
Hay aquellos que vienen de los justos y hay aquellos que vienen de los pecadores.
Y eso se nota.
Felizmente, no hay ninguna envidia en el cielo.
Al contrario.
Puesto que hay la comunión de los santos.
Felizmente que no tienen celos los unos de los otros. Sino que todos juntos, al contrario, están unidos como los dedos de la mano.
Porque todos juntos se pasan todo el tiempo de todo el santo día haciendo juntos un complot contra Dios.
En presencia de Dios.
Para que, paso a paso, la Justicia
Ceda el puesto, paso a paso, a la Misericordia” (pp. 19-20).
“Yo soy su padre, dice Dios. Padre Nuestro, que estas en los cielos. Mi hijo se lo dijo muchas veces. Que soy su padre.
Yo soy su juez. Mi hijo se lo dijo. También soy su padre.
Sobre todo, soy su padre.
En fin, que soy su padre. El que es padre es, sobre todo, padre. Padre nuestro que estas en los cielos. El que ha sido padre una vez ya no puede ser más que padre.
Son los hermanos de mi hijo. Son mis hijos. Yo soy su padre.
Padre nuestro que estas en los cielos, mi hijo les enseñó esa oración. Sic ergo vos orabitis. Vosotros pues, rezad así.
Padre nuestro que estas en los cielos, mi hijo, que los amaba tanto, sabía muy bien lo que hacía aquel día.
Que vivió entre ellos, que era uno como ellos.
Que iba como ellos, que hablaba como ellos, que vivía como ellos.
Que sufría.
Que sufrió como ellos, que murió como ellos,
Y que los ama tanto aun habiéndolos conocido,
Que ha traído de vuelta al cielo un cierto regusto a hombre, un cierto regusto a tierra.
Mi hijo que los amó tanto, que los ama eternamente en el cielo” (p. 26).
Nº de páginas: 39 | Medidas: 155 x 210 cm | Lengua: castellano
Encuadernación: grapado-alambre | Peso: 80 gr | ISBN13: 978-84-120864-5-4
Traducción: Sebastián Montiel, Francisco Javier Martínez
Año de publicación: 2019