
Philippe MurayFragmento acerca de Jesucristo
La editorial Nuevo Inicio ha publicado ya dos obras del novelista y ensayista Philippe Muray (1945-2006), El imperio del bien (1991) y Queridos yihadistas (2002), que muestran bien la capacidad de sarcasmo y de risa del autor como uno de los mejores modos de resistirse a la neo-realidad buena (y siempre positiva y siempre orientada hacia el progreso) que trata de imponerse a nosotros desde todas partes, para ocultar el verdadero horror de la realidad que se esconde detrás de nuestro mundo virtual y de juguete. Parece que, al menos en Francia, Muray es un autor de éxito, tan criticado como apreciado, pero entre nosotros no es aún apenas conocido. Nuevo Inicio tratará de publicar algunas más de sus obras, a medida que pueda. Aunque sólo sea por su poder de inteligencia crítica, que es algo que necesitamos casi tanto como el aire quienes vivimos en un mundo aletargado.
Hoy hacemos público este fragmento suyo, tomado de su última obra (aparte de las publicadas póstumamente), Festivus festivus. Conversations avec Ëlissbeth Lévi (Fayard, Paris, 2005, pp. 458-469)*, y precisamente porque contiene un testimonio —no precisamente ambiguo— acerca de Jesucristo, provocado por la referencia de su entrevistadora, que no es cristiana, sino, como indica su nombre, judía, a la película de La pasión de Mel Gibson. El tono verdaderamente amigable y a la vez franco y sincero, de toda la entrevista, es también motivo de admiración.
Tenía usted la posibilidad, querido Philippe, de vivir en un mundo en el que el espíritu crítico no era una desviación social. Hoy, la “verdad” con la que se atiborra el cráneo de los escolares es exactamente la misma que la que se transmite en las familias o que se repite rizada en los medios. Pero ya que usted se ha entregado por tanto tiempo a la defensa de ese gran criminal que es el judeo-cristianismo, vengo a las pasiones desencadenadas por la Pasión tan a lo Hollywood de Mel Gibson. Supongo que no ha superado usted su repugnancia a la idea de sentarse con sus semejantes en una sala de cine y que, por lo tanto, no ha visto usted esas dos horas de destrozo a los riñones del telespectador, en los que el lado sanguinolento no tiene mucho que ver con el texto más bien sobrio de los evangelios. Se han hecho muchas glosas sobre el supuesto antisemitismo del film y, de hecho, los judíos son en él bribones y crueles, pero nosotros no vamos a discutir aquí sobre el problema que plantean los evangelios en este punto. Ciertamente, se puede hallar discutible la contribución de Gibson en la edificación de las masas árabes, y se puede hallar discutible su éxito en nuestros barrios residenciales. Desde La Courneuve [a] a Beirut, desde El Cairo a Saint-Dénis, las gentes, hartas de ver a los americanos matar iraquíes en Faluyah, [b] pueden deleitarse así con la maldad de los judíos. Pero lo más interesante son las reacciones de los mismos cristianos. Después de las decenas de millones de protestantes americanos, un montón de católicos franceses —entre ellos, nuestros amigos—, se han entusiasmado, para mi estupefacción, por esta chapuza dolorista, mientras que los representantes de la Santa Iglesia, convencidos de su propia indignidad, miraban la punta de sus calcetines y los ponían en penitencia. Además de eso, Mordillat y Prieur, autores de un documental y de un libro con la intención de probar que el cristianismo es un accidente de la historia, se han convertido en los nuevos Padres de la Iglesia, anunciando por todas partes la buena nueva: los cristianos son judíos —sin duda se les ha pasado por alto que éstos no reconocieron a Jesús como el Mesías—, y además unos judíos movidos por el odio a sí mismos. Para ellos, la genealogía permite remontar directamente de Hitler a San Pablo. Es laudable que la Iglesia haya examinado con un ojo crítico su historia y su contribución a la persecución de los judíos; pero en el Era de los Derechos del Hombre, se diría que la reconciliación no se puede obtener a base de escamotear el reconocimiento de la divergencia teológica, por lo demás evidente, entre judíos y cristianos. En resumen, ustedes los católicos tienen desde ahora la posibilidad de escoger entre el rechazo de buen tono de dos milenios de cristianismo y la adoración del sufrimiento. Buena suerte…
Gracias. Ahora voy a tratar de responderle de manera desordenada, como de costumbre, pero como de costumbre también de la manera más exhaustiva posible. Y, para empezar, con una buena noticia: Cristo ha resucitado. No se asuste, no voy a tratar de convertirla: sólo quiero decir con esto que la alternativa de la que usted habla —rechazo a dos mil años de cristianismo o adoración del sufrimiento—, no es tal, al menos a mis ojos, porque si hay algo que detestar, sea de buen tono o de mal tono, es la abominable época presente, tan grotescamente orgullosa de sí misma, y que, sin embargo, debería trepar sin cesar humildemente sobre sus propios restos. Rechazo del cristianismo, adoración del sufrimiento, ahí están las dos fuentes de energía que hacen girar la gran Máquina del Arrepentimiento de nuestro tiempo: rechazo del pasado y veneración de las víctimas, horror a la Historia y obsesión del arrepentimiento rumiado de los crímenes del ayer (o del ayer en cuanto crimen), y locura de la penitencia. Tribunal y victimal. Penal y lacrimal. Todo eso, si usted quiere, son los dos mil años de cristianismo, pero de un cristianismo que se ha vuelto loco, convertido en hoy, en actual, es decir, amputado de la perspectiva de la salvación y de los avatares de la gracia (pero también del Mal, es decir, del mundo), en beneficio de un envilecimiento general y programado por la especie humana con vistas a su entrada en el mejor de los mundos. Este mejor de los mundos se opone evidentemente con todas sus fuerzas al mundo, no el mejor, pero salvado, que se deriva de la Resurrección, y que ha orientado a la Historia hasta su suicidio delante de nuestras narices.
El rechazo de dos mil años de cristianismo es el odio a la Historia. Yo no soy muy sensible, usted lo sabe, al arrepentimiento en masa, al horror de uno mismo, ni al atractivo nada discreto de las ceremonias post-históricas de las disculpas eternas. Borrar, no la diferencia, sino el abismo que existe entre judíos y cristianos es algo que participa de esos asesinatos insoportables que nuestra época favorece tanto para acabar con las anomalías y las contradicciones, es decir, con el pasado o, dicho de otro modo, con la realidad. El indiferencialismo contemporáneo persigue a todo lo que sirve para distinguir (primero lo demoniza con el nombre de discriminación), ya sea para distinguir entre los sexos o entre las religiones, como para distinguir entre lo verdadero y lo falso, o entre lo humano y lo no humano…
Y no se olvide usted de lo que distingue a los niños de los adultos, que es una distinción que se traga sin preocuparse siquiera de vomitarla, haciendo de la infancia el horizonte insuperable de la vida humana.
El horizonte, el futuro, lo eterno presente, etc. El estado de infancia se ha convertido en el devenir del adulto, es algo bien curioso. De ahí mis ganas actuales de poner en circulación (sin ilusionarme excesivamente por el resultado) este concepto de la neo-neotenia prolongada ad libitum, que me parece haberse convertido en el estado “normal” del hombre contemporáneo (en lugar de la “neotenia”, por lo demás, podría hablarse de “sexualidad pre-genital”, o de “pulsiones parciales”). Se trata siempre de acabar con la Historia, o más bien con la comprensión de lo que ha podido ser la Historia. En ese sentido es en el que vemos hoy la referencia a Dios y a las “raíces” cristianas de Europa (yo me pregunto además por qué no se habla nunca más que de las raíces: están también el tronco, las ramas, las hojas, y el cielo alrededor, tan azul, tan sereno), escandalosamente, suicidamente eliminadas de la Constitución europea (pero, después de todo, el euro mismo, su sigla diabólica, no es más que una especie de E mayúscula, la “E” del “Être” [del “Ser”], pero amputado de ese sombrero circunflejo en el que Claudel veía “una especie de paloma planeando”: es el “Être” [el “Ser”] sin el Espíritu).[1]
Su interés por la Constitución europea y el arrebato de conciencia ciudadana que pone de manifiesto, le honran. Pero usted se pregunta por qué se habla de “raíces”: exactamente por la misma razón por la que se emplea el término de “pasado” cristiano. Se trata, por supuesto, de conjurar el miedo que suscita la idea de que pudiera haber un presente cristiano. ¿Y por qué no un futuro, mientras que esté usted ahí?
Ahí estoy. Para ser claro, diré que Francia tiene un pasado cristiano y judeo-cristiano, y católico y judeo-católico; y que yo desearía vivamente (es un eufemismo), que lo guarde, que lo haga prosperar y que de este modo no sea sólo su presente, sino su futuro. Pero esto no son, por supuesto, más que deseos piadosos. La destrucción se prosigue irresistiblemente. Al mismo tiempo, en España, los responsables del Colectivo de Gays y Lesbianas de Madrid reúnen mil quinientas peticiones de apostasía de circo, que depositan en la sede del Arzobispado para denunciar la “homofobia” de la Iglesia, y Libération celebra con gritos de éxtasis esta abjuración en masa de la religión católica; a la cual las autoridades eclesiásticas han respondido con mucha dignidad diciendo que “la Iglesia no tiene nada que ver con un partido político que tiene la capacidad de expulsar a sus afiliados”.[2] En este mismo sentido, Onfray-Mordillat y su Onfray-Combaluzier, tan providencialmente llamado Prieur, [c] estos dos escritores que trabajan por palabras a sueldo del neopositivismo deprimente, ponen cara de resucitar la crítica histórica del Padre Loisy [d] y de “deconstruir” puntillosamente, en las caballerizas de Augias [e] de la televisión, los orígenes del cristianismo, pasándolos una vez más por la criba de la “razón” (que no es, en su forma sobrevalorada, más que un fanatismo bastante extendido). Lo único que da regocijo en estos “demistificadores” herederos de Renan [f] es su ingenuidad. Y, finalmente, no quiero imaginarme la explosión de discursos, a cuál más oscurantista, que van a recibir enseguida con aplausos el centenario de la ley de 1905 sobre la separación de las Iglesias y el Estado (por lo demás, una ley excelente por sí misma, y, en primer lugar, para las Iglesias).
En ese contexto también es en el que ha llegado el film de Mel Gibson, y en el que ha suscitado, incluso antes de que nadie haya podido verlo, unas sorprendentes crisis nerviosas en serie.
La Historia ya no existe, pero el mundo sigue su curso, que consiste en liquidarse hasta la consumación de los siglos repitiéndose a sí mismo que se dirige hacia la luz. Todo lo que refleja arrepentimiento (a propósito del cristianismo y de lo demás) o victimocracia, refleja propiamente la época, que ya no se entrega a otros conflictos que los que tiene consigo misma, unas luchas tautológicas entre moderno y moderno, entre innovación y novedad, entre el Bien y el Bien, entre derechos del hombre y derechos del hombre, entre la caza a las discriminaciones y el acoso a las desigualdades, entre política de prevención y estrategia de precaución, entre previsión de riesgos y cálculo de peligros…
Habla usted de victimocracia y creo que nos hemos olvidado de comentar que tenemos el primer gobierno de la historia de Francia, e incluso de la Historia sin más, e incluso de la post-Historia, si usted se empeña, que tiene un ministerio de las Víctimas (cuyo titular es además una mujer inenarrable). Esta innovación (que, al parecer, nadie ha notado) es, por otra parte, tan expresiva por sí misma que podría, por una vez, no necesitar comentario alguno.
Sin embargo, usted acaba de hacer uno sobre este tema, que me parece que se basta a sí mismo. Voy a empalmar y a seguir, si me lo permite, hablando de esas nuevas luchas tautológicas de lo moderno contra lo moderno. En esta situación realmente y concretamente totalitaria, en la que no hay lugar alguno para una alternativa como no sea postiza, y en la que nos hemos vuelto tan pobres en conflictos que hemos llegado al punto de tener que reconstruirlos con esos juguetes de piezas de plástico que usan los niños pequeños y que en francés se llaman Lego. [g] (Hay incluso en este momento una patética llamada de la “red de ciudadanía activa” de cara a las elecciones presidenciales del 2007 que se lanza con un eslogan cómico, esto es, de izquierda: “¡Construyamos nuestros desacuerdos!”. Eso dice adónde hemos llegado en esto de los desacuerdos). La singularidad o la negatividad invertida no pueden encontrarse ya más que en el terrorismo o en la trascendencia. Usted me permitirá preferir la trascendencia (decir que si Cristo viviera hoy estaría con los kamikazes islamistas, como yo he podido leer escrito en algún sitio, es de una estupidez infinita y de una malicia abrumadora, porque Cristo, al igual que los mártires cristianos, nunca ha llevado a la muerte a nadie más que a sí mismo). El Logos contra el Lego. La trascendencia me parece el mejor modo de rechazar la sociedad actual y de desolidarizarse radicalmente de sus valores lamentables como de sus payasadas optimistas más necias. Desde el punto de vista de la trascendencia, la historia del mundo humano es la historia de lo que pasa después de la Resurrección, y la Historia misma no es más que la historia del regreso de Cristo al mundo; y hoy es la de lo Heterogéneo absoluto en la globalización integral, en medio de sus pretensiones insostenibles de encarnar el Bien, el futuro, la libertad universal, etc. Usted comprenderá por qué, a diferencia de esos “representantes de la Santa Iglesia” que usted evocaba antes, no tengo la menor intención de “mirar la punta de mis calcetines” cuando se habla del cristianismo. Es el sistema contemporáneo el que debería hacer penitencia todos los días, mirando al suelo, en lugar de verse tan guapo en su lecho mortuorio. [h] Si es verdad, como se afirma, que el “cristianismo sociológico” ha cumplido sus días, la sociedad también. Y al retirarse, como el mar, se la ha llevado consigo. Ya no quedan sobre la arena más que maníacos y monstruos: eso que se llama lo societario.
Una vez más usted me plantea un problema delicado. Cristo resucitado es, dice usted, el heterogéneo. Pero precisamente, para emplear las palabras de nuestro amigo Marcel Gauchet,i la edad histórica es la de la autonomía frente a la heteronomía o, para decirlo de una manera un poco menos erudita, la edad en la que el hombre puede actuar sobre el mundo por oposición a esa otra en la que tenía que soportar la ley de Dios. Ahora bien, ni puedo ni quiero decidirme a lamentar la heteronomía integral de que el cristianismo, o más precisamente el monoteísmo, es portador (no hay literatura en un universo integralmente trascendente). ¿Acaso estaría usted de acuerdo en retomar en estos términos su caracterización inicial de la Historia como un precipitado del Bien y del Mal, de la trascendencia y de la inmanencia, de lo heterónomo y lo autónomo?
Pero la era de la autonomía comienza precisamente con esa victoria sobre la muerte que es la Resurrección, gesto de autonomía superlativa, ya que significa también la victoria de todos los individuos sobre su destino humano y mortal. Volvamos al film de Mel Gibson. Con esta formulación, Cristo ha resucitado, yo quería antes que nada decir que no vale la pena hacer un film sobre Cristo, si se es católico, y ya que Mel Gibson se dice católico, como no sea para hablar de la Resurrección del personaje principal. Todo lo demás viene después, sobre todo lo que viene antes. Pero nunca lo subrayan los comentaristas. Y es de eso, sin embargo, de lo que había que tratar, de esa ausencia, no de las palizas omnipresentes del Hijo del Hombre. Palizas bien logradas, tengo que confesarlo, pero no soy del tipo de los que confunden la velocidad con el tocino, ni siquiera el paso de Jesús por la tierra con la palabra final de la historia de la Salvación. Y dado que no hay muchos personajes en el cine que acostumbren a salir de su tumba, así sin más, al cabo de tres días, debería uno aprovecharse de ello. En cierto modo, la crucifixión y en realidad toda la pasión, son las consecuencias, no las causas de la Resurrección, porque no podrían haber tenido lugar sin la divinidad de Cristo, que estaba ya siempre ahí. En todo lo que he leído sobre La Pasión, no he encontrado una línea, una sola línea, sobre el fracaso completo de la escena de la resurrección: se ve, por supuesto, desinflarse a la mortaja, a Jesús alzarse, desnudo, y salir del sepulcro con las manos perforadas, pero no se ve en absoluto que esta Resurrección divide el mundo y la Historia en dos y libra al género humano del pecado y de la muerte. Y sin embargo era posible, con efectos especiales, haber obtenido una Resurrección como no se había admirado ninguna antes. ¡Que al menos los efectos especiales, que por lo general no sirven más que para las peores ciberchorradas, encuentren aquí su razón de ser! Pero hubiera sido necesario no estar obnubilado por la sesión previa de palizas y golpes, producidos como una prueba. ¿Prueba de qué? San Pablo no les ha dicho a los cristianos de Corinto: “Si Cristo no ha sido golpeado, entonces vana es vuestra fe, y vacía vuestra esperanza”. Él dijo: “Si Cristo no ha resucitado…”
Además, perdóneme si mi pregunta es teológicamente idiota, pero la Resurrección, ¿no es lo que da su sentido a todo el quebrantamiento anterior? ¿E incluso, no era necesario que haya quebrantamiento para que el Dios vivo se haya encarnado, y, por lo tanto, para que haya cristianismo?
Hacía falta la Pasión y la Resurrección, en efecto. Pero la buena noticia del evangelio no consiste en una paliza. La Esperanza de Pascua no es una tunda de palos que dura dos horas de película. Pero Gibson está obsesionado hasta tal punto por la violencia que sufre Cristo que la mete incluso allí donde los textos no hablan de ella. Así, los golpes llueven a cántaros desde los primeros minutos del film, cuando se detiene a Jesús en el Monte de los Olivos; algo que es totalmente absurdo: quienes le detienen no tienen entonces ninguna razón, absolutamente ninguna, para comportarse de ese modo, ya que se trata de una simple operación de policía, y los ejecutores, unos empleados del Templo, tienen la misión de arrestarle, no de pegarle. En todo caso, no está escrito en ninguna parte que ellos le peguen, al contrario de lo que piensan los asnos del periódico Libération, que escriben que esta Pasión sigue “al pie de la letra las versiones más doloristas de los Evangelios”. En primer lugar, ¿de qué letra? Luego, no hay una versión de los evangelios más dolorista que las demás. No hay más que cuatro, de los que tres son sinópticos, y los cuatro son a este respecto de una sobriedad notable. Sé muy bien que se supone que Gibson ha utilizado también las visiones de Ana-Catalina Emmerich; pero, en último término, los relatos tardíos de esta mujer estigmatizada, recogidos por Brentano, no tienen en absoluto un estatuto comparable al de los Evangelios. De todas formas, una vez más, como con las fotos de Abu Ghraib o con el video de Saddam capturado, se nada en plena pornografía, en plena saturación de realismo, en plena exasperación de exactitud, en pleno chantaje al realismo y a la exactitud. Como no hay sexos explícitos para mostrarnos, se nos muestran las heridas y es la misma cosa.
Algunos imbéciles han tratado a este film de “revisionista”, y es divertido ver a tantas gentes que se profesan ateos, agnósticos u otras cosas, en todo caso no cristianos, transformarse de golpe en vestales puntillosas del texto evangélico. Creo, sin embargo, que es a ese texto y nada más que a él a lo que ellos odian, y que sólo ponen cara de atacar al film porque sospechan que le es fiel. No lo es. En todo caso, no lo es bastante a mis ojos. Al menos, si uno se dice cristiano, como hace Gibson.
Precisamente, esa preocupación por la exactitud es bastante paradójica. Gibson entiende que él se ha pegado a la narración de los evangelios. Pero su camino me hace pensar en la obsesión contemporánea por el Jesús de la Historia. Ciertamente, es muy interesante saber que Jesús ha existido, que tenía hermanos ocultos, [j] y muchas otras maravillas. Pero ningún historiador demostrará jamás que Jesús es el hijo de Dios y menos aún que haya resucitado. El personaje histórico llamado Jesús, ¿le enseña a usted algo sobre Cristo?
Algo tan esencial o tan inesencial como sobre cualquier otro ser humano en tanto que humano. Pero algo tan necesario también, ya que es preciso que Jesús participe en la redención universal, y eso no puede hacerlo más que por su realidad corporal. Dicho esto, todo el mundo es libre de creer que ahí no se trata más que de cuentos frívolos. Todo el mundo es libre, sobre todo, de contar cualquier cosa acerca de Cristo: que era un esenio, un curandero papú, un farmacéutico carismático o un profeta de la Baja Bretaña; que se escapó de la cruz saltando sobre una bici y que pasó el resto de su vida sobre las ramas de un manzano; o que se refugió en la isla de Robinson Crusoe para aprender allí el japonés; o que era un travesti, un juego de palabras, un conejo salido de una chistera, etc. Y nadie se priva de hacerlo. Es incluso extraordinaria la cantidad de gente que quiere otro Jesús, su Jesús, un Jesús que no sea el de los Evangelios, un Jesús en el que podrían creer porque no sería cristiano, un verdadero Jesús por fin, el bueno, el suyo. Un Jesús si quiero y cuando quiero. Un Jesús a la carta. Un Jesús como a mi me gusta. Jesús y su doble. O dos Jesús o si no, nada. En el tiempo, cuando había Historia, estas pequeñas chapuzas de perversos se llamaban gnosis o herejías; hoy, yo diría que estos chapuceros de cámara, estos cristianos por cuenta propia, están afectados por la neurosis del Jesús encontrado (en el sentido del niño encontrado en la novela del origen de las neurosis estudiado por Freud). [k] Quieren creer en Jesús, creen en él, a condición de que sea el Jesús que ellos sacan del armario de las escobas de su imaginación de maníacos. El problema es que ese Jesús no ha suscitado jamás ni literatura, ni teología, ni arte, ni catedrales, ni civilización, ni Historia. No hay más que un Jesús porque no hay más que uno que haya hecho escribir a San Agustín, a Santo Tomás, a Corneille, a Pascal, a Péguy o a Bernanos.
* Como en otras ocasiones, las notas señaladas con números son las de Philippe Muray. Las señaladas con letras son del traductor.
[a] La Courneuve es un municipio del norte de Francia, situada en el Departamento de Sena -Saint Denis, distrito de Saint-Denis y sede de una más de una década de disturbios callejeros.
[b] Faluyah, ciudad iraquí a unos 69 km de Bagdad, conocida también como “la ciudad de las mezquitas”, porque hay más de doscientas en la ciudad y los pueblos de sus alrededores.
[1] Al escándalo de la eliminación de Buttiglione evocado más arriba hay que añadir ahora, y por las mismas razones, las nuevas obscenidades de la gente de los medios y de una gran parte de los políticos relativas a la entrada de la Turquía en la Unión Europea. Porque es por las mismas razones, y porque la entrada de Turquía en la divina Europa acabará de eliminar en ella lo que queda de cristianismo, por lo que ellos se entusiasman, y ordenan a las poblaciones que hagan lo mismo que ellos. Hace poco Libération se felicitaba de este modo: “España está muy a favor de la entrada de Turquía, al igual que Italia, a pesar del todo el peso de la Iglesia Católica. El muy influyente Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha recordado que «las raíces de Europa son cristianas» y que «Turquía ha representado siempre, en el curso de la historia, otro continente, en contraste permanente con Europa». A pesar de todo, los partidarios de la adhesión son ampliamente mayoritarios en la clase política, incluso entre la derecha”. Toda va bien, por tanto, y más que nunca. La Europa divina no tiene más que un sentido y una razón de ser: es una guerra a muerte contra el cristianismo (diciembre de 2004).
[2] En relación con esto, conviene notar que si, durante unos cincuenta años, todas las peores innovaciones societarias han descendido del norte de Europa, dicho de otro modo, de las tierras heladas del protestantismo, ahora remontan de las tierras licuadas del sur, antaño católico, y de este modo tiene lugar una cierta unificación; unificación, por supuesto, que no podría ser más que anticristiana (diciembre de 2004).
[c] Michel Onfray es un autor francés de varias obras, entre ellas un tratado de “ateología”. En cuanto a Gérard Mordillat y Jérome Prieur, son autores de una serie televisiva, titulada L’Apocalypse, que describe la historia del cristianismo, desde los orígenes, como la de una permanente traición a Jesús. Estoy seguro de que no capto plenamente las alusiones de Muray. Mordillat y Prieur han sido ya mencionados más arriba, casi al comienzo de este fragmento, y el que estén precedidos por Onfray puede querer decir tan solo que es en realidad la fuente de Mordillat y de Prieur; pero ignoro aún el sentido de la alusión a Combaluzier, un profesor de geología.
[d] El Padre Loisy (Alfred Firmin Loisy, 1857-1940) fue un sacerdote católico que perdió la fe en la divinidad de Cristo y en un Dios personal en 1902. Como teólogo fue el representante más radical del “modernismo” del cambio de siglo, y luego evolucionó hacia posturas de tipo gnóstico.
[e] Augias es un rey legendario de Élide, la antigua región de Elis en Grecia. Heracles limpió sus caballerizas desviando las aguas del río Alfeo, pero cuando el rey se negó a darle la recompensa prometida, Heracles le mató.
[f] Ernest Renan, escritor e historiador francés, autor famoso sobre todo por una famosa Vida de Jesús, en la que trataba de explicar su persona sin milagros y por supuesto sin fe alguna en su divinidad. El objeto de su fe era lo que el llamaba (y todavía se llama) la ciencia.
[g] LEGO es el nombre de la marca francesa, que existe también en España (y quizás en todo el mundo).
[h] “Lecho mortuorio” traduce mouroir, más o menos, “moritorio” (“lugar donde se muere”, por analogía con “paritorio”, lugar donde se da a luz). Pero mouroir esconde un juego de palabras velado con miroir, “espejo”, que es lo que pide el comienzo de la frase: “verse tan guapo en el espejo”. El juego de palabras, intraducible, no escaparía a un oído francés.
[i] Marcel Gauchet, filósofo francés, nacido en 1946, y autor de numerosas obras, trabaja sobre todo en el campo de la filosofía política. Defensor de la democracia liberal, una de sus obras más importantes es La democracia contra sí misma, Homo Sapiens, Buenos Aires, 2004.
[j] Con perdón, la investigación histórica de los evangelios no ha probado jamás semejante cosa. El significado de “hermanos” en el mundo semítico es infinitamente más vago y amplio que en el de nuestras familias minimalistas. En cuanto a la denominación de “primogénito”, se conserva en algún lugar de Oriente un epitafio a una mujer que había muerto al dar a luz “a su hijo primogénito”. Baste este ejemplo para decir que el término no implica la existencia de “hermanos”. El tono familiar y desenfadado de la conversación entre Elisabeth Lévi y Phillipe Muray me permite pensar que a ninguno de los dos les ofendería esta intromisión del traductor en ella.
[k]El autor se refiere, casi con seguridad, al llamado “caso Juanito” (o el caso del pequeño Hans), que es el primer psicoanálisis de un niño, y el único que Freud desarrolla profundamente. En la ironía del autor está la implicación de que, en ciertos psicoanálisis, uno encuentra lo que quiere encontrar. Y ciertamente, eso se extrapola, y no sin razón, a la búsqueda del Jesús histórico. El verdadero Jesús histórico de Pagola, por ejemplo, por mencionar a un buscador español que ha tenido éxito e influencia en ambientes eclesiásticos, se parece bastante a lo que debería ser un buen militante del PNV, lo que no deja de ser gracioso.
Traducción de Francisco Javier Martínez