Hauerwas, Stanley

Hauerwas, Stanley

Stanley Hauerwas (Texas, 1940) es probablemente el teólogo estadounidense más influyente y conocido de las últimas décadas. De hecho, la famosa revista Time lo calificó en 2001 como “el mejor teólogo americano”, a lo que él replicó que “mejor” no es una categoría adecuada para valorar la obra de un teólogo. Realizó su doctorado en la Universidad de Yale y ha sido profesor en las universidades de Notre Dame (Indiana) y Duke (Carolina del Norte). Amigo y discípulo del celebérrimo MacIntyre, es autor de numerosos libros y ha impartido incontables conferencias, entre las que destacan las prestigiosas Gifford Lectures que dio en 2001 en la Universidad de St. Andrews, Escocia.

Pero todo este elenco de logros no logra acercarnos al verdadero Stanley Hauerwas, un pensador que no se ajusta a los moldes académicos e intelectuales al uso, porque el único molde al que ha deseado siempre ajustarse es el molde del Cuerpo de Cristo, de la Iglesia.

Hauerwas nació en el humilde Pleasant Grove, como hijo único y largamente esperado de un matrimonio de clase obrera. De su madre recibió su vida y su vocación: tras varios años de dolorosa infertilidad y un hijo mortinato, Gertrude Hauerwas ―que conocía la historia de Ana y Samuel― le suplicó al Señor que le concediera un hijo. El resultado fue Stanley. De su padre aprendió el oficio de albañil y heredó el amor por la camaradería, por el trabajo duro y por el lenguaje colorido y mordaz que tan profundamente han marcado su vida y su obra.

Y su vida y su obra ―íntimamente imbricadas como corresponde a todo teólogo cristiano― han constituido un empeño denodado por recordarnos a los cristianos de hoy que tenemos algo que el mundo necesita urgentemente ver, oír y tocar, y que, por lo tanto, debemos mostrárselo, debemos ofrecérselo. Según él, los cristianos llevamos tanto tiempo diciéndole al mundo lo que ya sabe y ofreciéndole lo que ya tiene, que nos hemos amoldado a sus criterios y categorías, hasta el punto de que también nosotros hemos llegado a pensar y a vivir “como si el mundo no hubiera culminado y recomenzado en Jesucristo”, “como si las fronteras del Reino de Dios no trascendiesen las fronteras del imperio del césar”, como si la seguridad, la relevancia, la autorrealización, la autopreservación y la producción de riqueza fueran fines apropiados para los cristianos.

Ante esta situación, Hauerwas nos invita una y otra vez a reconocer que los cristianos nos pertenecemos los unos a los otros, a descubrir que nuestras vidas no son un logro, sino un don gratuito de Dios, a vivir sin tener el control. En otras palabras, Hauerwas nos invita a constituir comunidades cristianas que vivan gozosa y humildemente en la certeza de la redención de Dios y den testimonio de ella, porque “la Palabra de Dios no se abre paso a golpe de silogismo y analogía, sino gracias a unos hombres y mujeres que dan testimonio de lo que ha ocurrido”, de que Cristo ha resucitado y viene siempre con nosotros.

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